
Durante el siglo dieciocho España tuvo un notable desarrollo y al entrar el diecinueve no presentaba grandes diferencias con el resto de Europa, salvo en dos cuestiones importantes: la altísima tasa de analfabetismo, sólo un 25% de la población sabía leer y escribir; y la escasez de ciudades verdaderamente importantes, Madrid apenas sobrepasaba los 200.000 habitantes. Esto significa la ausencia de masas de proletarios y obreros, como en Francia o Inglaterra.
La población estaba dividida en tres estamentos, como en el Antiguo Régimen: algo más de 400.000 personas pertenecían a la nobleza, otros 170.000 eran parte del clero y el resto el pueblo llano.
La Iglesia seguía teniendo un importante cerco intelectual y político en España, disponía de una minoría de científicos e intelectuales a la altura de los mejores de cualquier país europeo.