viernes, 16 de mayo de 2008

Testimonios de viajeros de la época

FORMAS DE VIAJAR

Los viajeros del siglo XVIII recorrieron generalmente los caminos de España en caballerías, coche de colleras, calesas o calesines y galeras. En el s.XIX la diligencia y el ferrocarril fueron los medios más habituales, aunque, muchos de ellos siguieron utilizando los caballos y las mulas.

Nada hay más agradable –escribía Alexandre de Laborde- que recorrer a caballo la hermosa tierra de España. Richard Ford era el mismo parecer y recomendaba este medio de viajar “ya que es, con mucho, el más agradable y, ciertamente, por lo que se refiere a dos tercios de la extensión peninsular, el único factible”.

Respecto al coche de colleras, aún usado a lo largo de la primera mitad del s.XIX, Ford escribió unas páginas sobre este vehículo al que califica de “enorme y pesado armatoste”, compuesto de cuatro ruedas y arrastrado por seis o siete mulas que llevaban unos collares de lona o cuero, rellenos de borra o paja con capacidad para cuatro personas.

Junto a éste, otro medio de transporte era la galera, que no solo llevaba viajeros sino también mercancías. Largo carromato de cuatro ruedas, cubierto con lona o lienzo fuerte en forma de bóveda sostenida por aros, del que tiran ocho mulas. Solía tener cabida para doce personas, pero de ordinario iban en su interior muchas más. Según Daviller:

El interior de una galera es un verdadero caos. Los viajeros se ven obligados a luchar contra los equipajes que no dejan de caérseles encima, y a los que el mayoral siempre de preferencia, visto que es el responsable; en cuanto a los desgraciados viajeros, si llegan a rompérseles algunas costillas, es cosa de ellos. Un día cometimos la imprudencia de aventurarnos en una galera, pero no permanecimos mucho tiempo allí; preferimos seguirla a pie, lo que fue fácil, pues apenas si hace siete u ocho leguas al día. El zagal de la galera desempeña un papel mucho menos activo que el de la diligencia. Organiza los altos, da de beber a las mulas en grandes calderos de hierro que cuelgan a los lados del vehículo, y en las cuestas abajo frena la pesada máquina por medio de una larga pértiga que apoya sobre una de las ruedas, haciendo palanca.

Descripción de un episodio que le sucedió a Samuel Cook con su equipaje enviado a Granada desde Madrid en la galera:

Una vez me dirigía a Granada por una ruta con rodeos y despaché mi pesado equipaje, que era de considerable valor; por una galera. Lo entregué, con la llave, a un hombre a quien no había visto nunca, y recogí el recibo que alguien le escribió, pues él no sabía. A mí llegada a Granada envié un criado a recoger mi baúl a la dirección indicada y volvió con esta respuesta: diga al caballero que deberá venir en persona y abrir el baúl para comprobar que todo está correcto. No hace falta añadir que así fue. El hombre se había vuelto de Madrid a su ocupación habitual y había dejado el equipaje a cargo del dueño de una vieja posada donde solía alojarse en el centro de la ciudad.

Un transporte rápido surge con la diligencia que va a ser el medio más generalizado durante todo el siglo XIX hasta la llegada del ferrocarril. A comienzos del siglo, se establecen realmente las primeras empresas de diligencias, aunque si bien es cierto, un servicio regular de ellas funcionó ya en 1778 en la ruta de Madrid a Bayona, pasando por Valladolid y Burgos, trayecto que se hacía en seis días en verano y algo más en invierno.

Las primeras diligencias disponían solamente de seis u ocho plazas, con dos clases de asientos o billetes. Según Santos Madrazo, a partir de la primera década, aparecen las diligencias de más de doce plazas y con cuatro o cinco tipos de asientos, el más caro y cómodo era el de berlina, departamento cerrado; y el más económico era el asiento de faetón, en la parte superior donde se colocaban los equipajes. A mediados del siglo, ya disponían de capacidad para veinte viajeros y lo más frecuente era su distribución en tres compartimentos: berlina, interior y rotonda, a los que se añadían otros dos tipos de asientos, mas económicos denominados imperial y cupé, situados encima de la cubierta y delante de la baca.

Daviller se quejaba del elevado precio de las diligencias, mucho más caro que el ferrocarril, y del reducido equipaje que se le permitía al viajero. No obstante, él se desplazó a través de este medio de transporte por las tierras de España. Testigos de este transporte fue Larra en un famoso artículo publicado en 1835. Otro medio de avance y comunicación entre los pueblos y medio eficaz de difundir ideas fue la tartana.

A mediados del siglo XX, se instauró definitivamente el ferrocarril, cuya lentitud y frecuentes paradas de los trenes son destacadas por los viajeros: “Es un poco pesado parar cada diez minutos mientras que los empelados del tren fuman y charlan en un sitio donde nadie intenta subir ni bajar del tren” comentaba la poetisa Jane Leck, después de un viaje. Por otro lado, Charles Daviller, comentaba la moderada velocidad del tren: “los trenes españoles no perdonan ni una estación; pero esta lentitud queda recompensada en ocasiones por la agradable compañía de la que se disfruta en el viaje”.

VIEJOS OFICIOS

Vamos a ir desgranando de algunos relatos de esos viejos oficios que los viajeros del siglo XVIII y XIX encontraron en España. Parecen estampas sacadas de nuestros escritores y grabadores costumbristas.

• Serenos: El oficio de sereno se creó en varias ciudades españolas a finales del siglo XVII. Su misión consistía principalmente en pasear las calles encomendadas a custodia, anunciar la hora con acompasada voz, señalando las medias y los cuartos y expresando el estado del tiempo. Cuando algún vecino lo necesitara iría en busca del médico, comadrona y confesor. Y si algún forastero o vecino se perdía debía acompañarle. Al paso de los años van apareciendo también otros menesteres. El sereno envuelto en su capote de paño, llevaba como armas defensivas – según expone Carmen Simón en un estudio sobre el tema- en un principio la espada o sable, mas tarde una lanza de tres varas de largo que se sustituyo pronto por el chuzo del que colgaba un farol o linterna. Como complemento el silbato, que podía utilizar siempre que necesitara ayuda de sus compañeros.

• Aguadores: los antiguos aguadores que subían a las casas a llenar de agua las tinajas o los aguadores que pregonaban por las calles ¡agua fresca, fresquita!... ¡fresquita el agua!, fueron recordados por Ramón Gómez de la Serna en unas bellas páginas introductorias a la Colección de setenta y dos grabados finales del siglo XVIII que bajo el titulo Los Gritos de Madrid se publico hace años.
En la Ilustre figura de Cervantes, leemos también aquella escena del asno cargado con cántaros de agua que caminando por las estrechas calles toledanas se cae, quiebra los cantaros y se derrama el agua.

En la Puerta del Sol de Madrid, Charles Daviller, ve a los aguadores, junto a los mozos de cordel y cerilleros pregonando su mercancía:

Viene después el aguador, que con una nota menos aguda que el cerillero, lanza a cada instante un grito muy conocido: ¡Agua! ¿Quien quiere agua?, o también ¡Agua y azucarillos! En una mano lleva el porrón de barro con ancho orificio y estrecho gollete, y en la otra una mesita de baja de hojalata o de cobre bruñido cuidadosamente, sobre la cual están los azucarillos, encerrados en una caja de vidrio, y algunos vasos de enormes dimensiones, pues los madrileños s5on grandes bebedores de agua. El agua más estimada es la de Fuente del Berro.

• Arrieros: realizan el transporte de mercancías no sólo a lomos de mulas sino también en grandes carreteras.

• Segadores: Cuando Daviller llega a Lugo, tiene un recuerdo para aquellos gallegos que se ganaban la vida como segadores en otras tierras o como mozos de cordel en la Puerta del Sol de Madrid:

Estamos aquí en plena Galicia y podemos estudiar en sus salsa a esos gallegos que ya habíamos visto antes en Madrid de mozos de cordel y con los que hemos encontrado a menudo en las carreteras principales cuando iban a segar.


VIDA SOCIAL

La baraja, el dominó y el billar son los juegos nombrados por los viajeros a su paso por las ciudades españolas. Una dama inglesa, Louisa Tenison es testigo de los concurridos paseos bajo los soportales de la plaza Mayor de Madrid.
Destacaba ya entonces el teatro que actuaban por las ciudades y funciones teatrales a cargo de los llamados cómicos de la legua.

Así mismo se debe destacar, el sainete y la tonadilla, piezas cortas que solían intercalarse en las comedias, tras el testimonio de el barón de Bourgoing, se puede decir que era lo que más atraía a los aficionados y que no era de extrañar para el extranjero que tenía su residencia en España. Actitudes, trajes, aventuras, música, todo en estas obritas es nacional y moderno”.

Las corridas de toros son el espectáculo más sorprendente para el visitante extranjero, y no podía menos de quedar reflejado en los relatos de viajeros de diferentes épocas y países. A veces no es propiamente una corrida de toros, sino un juego más espontaneo: así el toro enamorado o ensogado que vio William Dalrymple. De los innumerables comentarios sobre los toros el barón de Bourgoing se conmociono en una corrida de Valladolid:

Me asombró la prodigiosa concurrencia de curiosos que acudían atraídos por este festejo desde varias leguas a la redonda. Fue de Madrid el famoso torero Pepe Hilo, al que luego he visto torear tantas veces. Brindo al embajador, en cuya compañía me encontraba, varios toros que mató, y cada uno de estos tributos sangrientos – que es costumbre ofrecer a las personalidades destacadas- daba ocasión a que el palco del corregidor en que nosotros estábamos se arrojasen algunas monedas de oro al escenario de las hazañas de Pepe Hilo.

En otra ocasión, este mismo viajero, hace referencia a los refrescos que se sirven como preludio a las tertulias, reuniones muy parecidas, según él, a las francesas. A los refrescos podía seguir también un baile o el juego, rara vez terminaban en cena. Muchos viajeros recuerdan en sus relatos aquellas tertulias que tuvieron ocasión de frecuentar en su recorrido por las ciudades y pueblos de España.

LA RELIGION

El santiguarse al empezar una tarea, o al emprender un viaje es costumbre que señalaron varios viajeros de diferentes épocas, así como los saludos y cumplidos que acostumbran a utilizar los españoles. En Andalucía, J. Townsend, decía que los modales de los andaluces son suaves y sus saludos demuestran buena voluntad, aunque son algo peculiares, pues en vez de dirigirse al viajero, como hacen en otras partes de España, con el consabido vaya usted con dios , dicen vaya usted con la virgen.

El toque de oración al atardecer no deja impasibles a los viajeros, son muchos los comentarios que encontramos: “Los carruajes eran numerosos, los senderos estaban llenos de gentes, cuando de repente hacia las 8 de la tarde sonó una campana y para mi sorpresa, cesó todo movimiento, todos los coches se detuvieron, todo el mundo se descubrió y todos los labios parecían pronunciar una oración. Posteriormente descubrí que se trataba de una costumbre extendida por toda España”.

La religiosidad popular se centraba en santos protectores, culto a las reliquias, votos y promesas, etc. En épocas de calamidades se organizaban procesiones.
Es de destacar la fiesta de San Antón, tal como se celebraba en el Madrid de entonces incluía la rifa del cerdo: “El día de san Antón, caballos, mulas, asnos, todos llenos de cintas, son llevados a la iglesia de san Antón Abad de Madrid. Se venden panecillos benditos por un sacerdote que llevan el retrato de un santo por un lado y por el otro una cruz. Un sacerdote bendice también la cebada que se le presenta, y una vez q los animales han comido de ella están a salvo de toda clase de enfermedades. Todavía se venden panecillos de limón y canela en la calle de Hortaleza. Se cree que este santo protege muy especialmente a los cerdos a los q se deben los jamones y chorizos. Protege igualmente a las casas de beneficencia, que rifan dos cerdos: uno se expone en la calle Toledo y el otro en la puerta del Sol. Las papeletas cuestan cuatro cuartos y por esta mísera podéis ganar al cabo de dos meses, si san Antón os protege, un soberbio animal que pesa 20 arrobas. Las procesiones del Corpus o de la semana santa son muestras de gran fervor religioso por parte de los españoles.

INDUMENTARIA

Durante su estancia en Madrid en ambientes cortesanos, Townsend admira la capa de los hombres y la mantilla de las mujeres:

Es muy agradable ver a un joven elegante español con su capa que viste con mil formas graciosas, notables cada una por su desenvoltura y la elegancia particular que ningún extranjero puede imitar; pero cuando encuentra a una persona de rango superior o cuando va a una iglesia, la desenvoltura y elegancia son desterradas por el decoro y esa capa tan notable degenera en un sencillo capote enteramente rígido. Las damas españolas muestran el mismo gusto en el uso de la mantilla, especie de velo de muselina que cubre la cabeza y los hombros y que reemplaza a la cofia, la capa y el velo. Ninguna extranjera puede alcanzar su facilidad y elegancia en colocar ese simple atavío. En la mujer española la mantilla parece no tener peso ninguno. Más ligera que el aire, parece ser como unas alas.

Estando Daviller en Madrid, se sorprende de la vestimenta de unos comerciantes que vendían pescado en los alrededores de la plza. Mayor, el maragato, originario de una comarca de la provincia de León, llamada la Maragatería.

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